sábado, 29 de mayo de 2010

Jack Mcbises, 1º Parte.

Ya no es lo mismo, mi vida sigue siendo un caos y después de todo, parece que nada ha cambiado. La lluvia es diferente, no es igual, no se parece en nada a la que conocí. Todo esto me desborda, ya no puedo saber si puedo sentir, no tengo motivos para seguir adelante. Sé que la lluvia sigue cayendo, pero solo, pienso que es un reflejo en la ventana. ¿Debo seguir con todo esto? La noche sigue su curso, las calles abarrotadas, con murmullos de disparos silenciados por la policía, vehículos con focos errantes y gentes sin caminos. Desde la ventana contemplo, una ciudad diferente a la que conocí de niño ¿Jugaba a ser pirata en ríos ajenos? Quien lo recuerda, con esta botella de ron en la mano –Es Ron del bueno.-me dijo aquel caprichoso vendedor del veinticuatro horas.
Sigo asomado a la ventana, el sereno golpea mi cuerpo desnudo, dejo que las gotas de lluvia sigan su camino. Solo en estas ocasiones siento la tranquilidad de ser un hombre libre, pero siempre temo mi comportamiento sobre todo lo demás, estropeando los mejores momentos siendo caprichoso, testarudo o ¿Cómo no? temerario.
Las luces me empiezan a molestar, mis ojos cambian de color, adaptando y recogiendo la luz necesaria para mi resaca. Ya es hora de dormir, o eso intento convencerme. Me seco las pocas gotas de lluvia que quedan aun a salvo, me giro y sigo mi camino hasta la cama. ¿Por qué no me gusta dormir? ¿Qué por qué? Todas las noches la misma secuencia de imágenes, sangre, gritos, humo...
¿dormir? Para que dormir, si no puedo. Recuerdos de un suceso recorren cada noche mi pensamiento, percepciones lo llaman algunos, yo solamente, miedo.
Sigo los pasos hasta la cama, descorcho una nueva botella situada en la mesa noche, busco una mirada....está ahí, lo veo, siempre ha estado ahí.
Las sabanas sudan, el aire no corre, la lluvia ha amainado, me faltan las fuerzas, pero allí estoy, lo vuelvo a mirar, sonrió, y lo busco si hace falta. Su dulce aroma recorre, aquel trozo de tela atado a mi brazo. Deslizo mis manos entre las sabanas, su color cambia y sus labios piden otra noche más. Tropiezo con las botellas del suelo, dejando atrás todas nuestras prendas. Sí, eso parece, compartimos la misma afición hacia nuestros cuerpos desnudos. Sus piernas no dejan mirar más allá de sus caderas, su pelo, negro me atrapa entre algunas de sus canas. Posesivo, nervioso, quisquilloso, al fin y al cabo...cachondos. Entre gemidos y arañazos descubro entre los cojines su diario, bonita costumbre para recordar a todos los hombres que han pasado por su cama. ¿O es que el dinero le llama?
Sabemos lo que hay entre los dos ¿un amante o un polvo? No todas las preguntas tienen que tener respuesta, y más si nos da igual la opinión de los rostros que caminan con sombras entre callejones perdidos.
Empieza a amanecer, ya es hora de dormir, de tener miedo una vez más, veo crecer cada noche mi deuda, hace años que no veo a mis hermanos y ellos siempre tenían una palabra para mí. Dejo de dar vueltas a mi cabeza y me preparo para dormir, escucho un último ladrido, veo a mi amiguito acostado sobre el sofá, siempre esperándome con sus babas y su lengua, un buen amigo que nunca me ha abandonado, pese a todo. El sol ya está ahí, las cortinas se ciernen en un color nocturno. Vuelve a ver estrellas en la habitación. Doy las últimas vueltas a la cama, y me rindo en un sueño profundo al lado de mi mejor amiga, mi primer amor. Hacía años que no nos reencontrábamos, ¿la verdad? Ha sido un bonito reencuentro. Ahora solo me queda decir- feliz 41 años, Jack Mcbises.
Jack Mcbises

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